Sabido es que el tiempo es el juez más estricto que cualquier obra pueda tener. Sentencia al olvido creaciones que fueron consideradas geniales con la misma facilidad que eleva a la categoría de arte a un humilde urinario público.

40 años desde el estreno de Alien. ¿Realmente se entendió el impacto de esta fantasía galáctica hace cuatro décadas? ¿Ridley Scott lo entendió cuando dijo que quería hacer «la matanza de Texas de la ciencia ficción»? ¿Lo entendieron los productores cuando asignaron un presupuesto de poco más de ocho millones, obligando a grabar escenas con niños para encajar en la escala del decorado? O aún mejor, ¿lo entendieron los guionistas cuando fusilaron sin el menor empacho «La cosa» y «El Planeta Prohibido»?

Diferente fue el caso de H.R. Giger, artista venerador de lo siniestro y lo violento, que desde el primer momento derramó toda la oscuridad de su obra sobre el proyecto. Giger terminó recalando en Alien tras cancelarse la delirante producción cinematográfica de Dune junto a Moebius y Jodorowsky (madre mía, qué trío). Scott había quedado impresionado por los diseños que estaba haciendo y viajó hasta Zúrich para ficharle. Sospecho que en ese momento Scott vio por primera en su imaginación al xenomorfo y empezó a entender que los próximos meses cambiarían su futuro como director. La parte visual quedó completada por el italiano Carlos Rambaldi, que diseña las fastuosas lenguas retráctiles de la criatura, y un equipo de arte que comprendió ese juego entre lo gótico y lo cotidiano que bullía ya en la mente de Scott: la oscuridad industrial de las bodegas frente a la blancura de las salas de mando, la vulgaridad no disimulada de los humanos frente a la épica absoluta del monstruo. La violencia como revelador de lo inerte y lo emocional. Y todo esto nos lo cuenta Alien solo con imágenes de una belleza que aún hoy ninguna película de ciencia ficción, con sus tetramillonarios presupuestos e infinitas posibilidades, ha conseguido igualar.

Ya sólo nos quedaba encontrar el héroe y los astros se volvieron a aliar con Scott. Sigourney Weaver lo tenía todo para haber pasado desapercibida como actriz de Hollywood: su enorme mandíbula, gran corpulencia y el estar ya en la treintena debían estar dejándola fuera de todos los castings más glamurosos de América. Pero un tipo que había elegido a Giger como diseñador no iba a seleccionar a una niñita pidiendo ser rescatada. El personaje de Ripley es una heroína en toda su profundidad, tal vez la mayor heroína del cine. Ella es la que defiende al grupo desde el principio, la protectora, tomando decisiones crueles si hace falta y utilizando la violencia más feroz si es necesario. Ripley va sin maquillar y viste como un luchador sin dejar de ser una mujer en ningún momento. Esta extraña mezcla produjo que toda una generación nos enamoráramos por primera vez de alguien más fuerte que nosotros sin dejar de ser heterosexuales (o lo que creyéramos ser).  Y lo más importante: Ripley es Weaver y Weaver es, y será siempre, Ripley. Junto a ella fue seleccionado un grupo de actores que poco tendrá que ver con ningún casting de este género: mayores, sin el menor perfil de estrellas y algunos declaradamente contrarios a la ciencia ficción… Vamos, la pesadilla de una superproducción actual.

 Con estos mimbres se estrenó el 25 de septiembre del 79 y el éxito de público fue instantáneo.  Poco importó que las críticas fueran regulares o que los Oscar se contentaran con premiarla con una estatuilla de segunda división. Alien ya no nos abandonaría nunca. Las secuelas y reinterpretaciones se sucederían en el tiempo, algunas estupendas y otras desastrosas, daba igual. La imagen del xenomorfo no pararía de crecer y ahora ocupa ya un lugar preferente entre nuestras pesadillas colectivas.

De todos los admiradores que ha tenido Alien, que sin duda son muchos, el que mejor describió su fascinación fue Ash, el biónico oficial científico de la Nostromo:

“Aún no habéis comprendido a qué os enfrentáis. Un perfecto organismo. Su perfección estructural solo está igualada por su hostilidad. Yo admiro su pureza, es un superviviente al que no afecta la conciencia, los remordimientos ni las fantasías de moralidad… No tenéis ninguna posibilidad, pero… contáis con mi simpatía”.

Y sin duda tenía razón, pero lo que no había descubierto aún Ash es que nosotros teníamos nuestra arma secreta…. teníamos a Ripley.

Ignacio Ugalde 
Jefe de Producto de Humanidades,
Artes y Documentación

Anterior

Cómo comprar libros de texto online

Siguiente

Libros para conocer Nueva York

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Te puede interesar