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La Extranjera es una novela compuesta por tres capítulos claramente definidos y muy distintos entre sí.

Cuando empecé a formar la historia en mi cabeza, me atrajo la idea de crear una novela separada por compartimentos. Especialmente porque mis anteriores relatos habían sido siempre un flujo continuo de historias sin apenas puntos y aparte, párrafos o capítulos. También me atrajo la idea de crear dos capítulos antagónicos, descubrir si sería capaz de encajar en una misma historia dos que fueran distintas… pero que eran una única a la vez.

Así que, en este punto, tenía dos capítulos en mi cabeza. Tenía una idea para el primero y una idea para el segundo. En realidad era muy fácil, ya que consistía en crear uno y el segundo sería simplemente lo contrario. Pero, ¿cómo cerrar la historia? Me quedaba un tercio del camino para poner el punto y final.

Como muchos de las ideas que me vienen, estaba corriendo cuando descubrí cuál era el final. Recordé un cuento que había escrito un tiempo atrás y que titulé Páginas en Blanco y enseguida me di cuenta de que esta era la última pieza de mi puzle particular.

Con La Extranjera siempre sentí que yo no estaba creando la historia. Tenía una idea, luego una segunda, luego una antigua idea encajaba con las dos anteriores. Pero yo no había creado una historia, me había limitado a hilar momentos sin más.

Hasta que no encajé los tres capítulos al completo en mi cabeza no pude sentarme a plasmar La Extranjera en palabras. En el momento en que lo hice, todo fluyó con tanta rapidez que en apenas tres meses ya había tecleado F-I-N.

En ese corto periodo estuve constantemente acompañada de los personajes de la novela. Sentí el miedo de Nora en sus pesadillas constantes, lloré por una Eva perdida en los entresijos de la historia de sus padres, me asombré con el final y sentí pesar porque hubiera sucedido de esa manera. Incluso sentí rabia e impotencia por quien había decidido que así fuera. Apenas me di cuenta de que ese “alguien” era yo.

Tan rodeada estaba de los personajes que un día en que salí a correr por el parque del Oeste en Madrid caí en la cuenta de que uno de ellos no era quien decía ser. Me había burlado, como a la protagonista, intentando hacerse pasar por otra persona. Afortunadamente llegué a tiempo para que no pudiera burlar a nadie más.

Llegados a ese punto, los protagonistas de la Extranjera habían cobrado vida propia. Yo solo podía limitarme a escribirla tal y como me la dictaban.

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