Javier Casino

Charlamos con Javier Casino, autor de Calabozo para dos, sobre su visión de amor y todo lo que lo rodea. ¿Queréis conocer un punto de vista diferente? No os perdáis esta entrevista:

¿Es menos serio quien no da importancia a las cosas que el que se molesta por todo?

Uno de los asuntos que más me han intrigado desde siempre es el enfado. Una vez leí que enfadarse solo es un intento de hacer sentir culpable a la persona que se supone que nos ha fallado en algo. Esa frase supuso un antes y un después en mi manera de ser. Comencé a transmitir mi malestar por lo que fuera a través de las palabras y no de las manifestaciones físicas que mi cuerpo demandaba… Por increíble que parezca la cosa empezó a funcionar. La persona aludida conectaba con mi frustración y corregía su comportamiento. Mi corazón mantenía su ritmo habitual y la ofensa quedaba sepultada por un ambiente agradable que hasta incluso nos permitía debatir sobre nuestros puntos de vista enriqueciéndonos ambos. Lamentablemente esta forma de actuar tiene sus barreras. Son los que yo llamo “amebas”. Cabezas imposibles de perforar con razones y argumentos. No se trata de gente que actúa con maldad, solo por satisfacción, sino de sordos crónicos al entorno. Egos del tamaño de la luna en los que solo resuena la voz de su egolatría, de sus códigos, de su fascismo. Como toda regla tuve que tropezar con su excepción. Así que me vi obligado a perfeccionar la ecuación que resolvía mis conflictos y para ellos me limito a follarme a sus parejas (si las tienen y se dejan y tanto si son de un sexo como otro… lo que se trata es de hacerme oír) a modo de dar salida a mi necesidad de expresar mi opinión o desencanto.

Diciéndolo de manera menos grotesca, ante este tipo de personas me limito a seguir adelante sin pretender imponer ningún criterio. Pasar de largo, vaya. Esto me ha hecho avanzar mucho en mi salud mental y en mi carrera cualquiera que sea sin perderme las maravillas del mundo.

¿Por qué se venden los libros de autoayuda si todos asentimos estar de acuerdo con lo que dicen y saberlo de antemano?

Los libros de autoayuda me fascinan. Me habré leído unos cuantos de muchos e incluso, para dormir, suelo escuchar algún audio libro narrado por un ordenador que hace mudas las “h” que conforman nombres ingleses haciendo que suenen muy simpáticos.

Todo lo que leo o escucho ya lo sabía yo, me repito una y otra vez cuando me sorprendo gastando mi dinero en la compra de alguno de estos psicólogos llenos de páginas. ¿Entonces? Yo, el motivo lo veo claro. Necesito que me den la razón. Pertenecer a esa “minoría” catalogada como de “baja autoestima” que no hace mas que tropezar con esta sociedad arrolladora en su seguridad que los pisotea. Convencerme de que no es bueno cargarme la culpa y que desahoga mucho ponérsela a los otros. Que si en vez de usar tan estigmatizadora palabra la sustituyo por “responsabilidad” puedo ser igual de hijo de puta pero suena de otra manera… hasta me hace más digno. Dar por hecho que si mi jefe me grita porque no termino de acertar con las tareas que me manda el problema no es mío sino suyo que no sabe respirar tres veces seguidas antes de enfadarse y no fluye como el agua. Comprender que porque me vayan a quitar la casa los del banco por falta de pago eso es algo que sucederá en un plano paralelo que se llama futuro y que no existe a pesar de que ahora esté viviendo en el futuro de mi pasado que dicen que es el presente y que tampoco existe porque ya ha caducado.

En definitiva, que hay un argumento válido que nos hace sentir comprendidos y defendidos para cada una de las preocupaciones que nos envuelven en el momento de la lectura pero que no es que arreglen mi vida sino que me hacen creer que la de los demás es una mierda.

Los que más me interesan son los que versan sobre las relaciones de pareja. Los que te explican cómo superar los cuernos de tu amada o amado aduciendo que tú vales más… ¿y si valgo más por qué se zumba a otro? Porque vales más que tu pareja no que el otro… ¿Y cómo puedo valer más que el otro si no lo conozco? ¡Quiérete más! Te aconsejan entonces… y resulta que tu media naranja, el día que te confesó su adulterio y tú le preguntaste ¿por qué te había destrozado la vida? Te respondió que porque estabas enamorado de ti mismo y no le prestabas atención.

De cualquier forma a mí hubo uno en concreto que sí me hizo papel en una situación real. Mi pareja de aquel entonces me acababa de confesar su adicción a otra boca. Yo sujeté aquel libro que me aconsejaba escribir en un papel lo que sentía y entregárselo a ella (supongo que con la intención de que se pusiera cachonda y sustituyera la boca del intruso por la mía) y lo rompí por la mitad como si de una baraja de naipes se tratara. Y oye… los cuernos me los quedé… pero la fuerza que hice para tal proeza me relajó bastante.

¿Es coherente la expresión “celos fundados”? ¿Son los celos infundados producto de la falta de autoestima o de la sobreestima que depositamos en nuestra pareja?

Los celos. Según la RAE las dos definiciones que hace de los mismos en asuntos de pareja son: “Recelo que alguien siente de que cualquier afecto o bien que disfrute o pretenda llegue a ser alcanzado por otro” y “Sospecha, inquietud y recelo de que la persona amada haya mudado o mude su cariño, poniéndolo en otra”.

La primera de las definiciones es lo que para mí son celos fundados. Claro que quiero lo mejor para mí. Y claro que me resulta este un sentimiento lógico y humano anidado en nuestro cerebro reptiliano al que tan obstinadamente intentamos anegar de raciocinio. Por supuesto pretender a alguien, que a su vez pretende a otro, además de cansado es poco inteligente ya que para que se dé un abrazo los dos implicados tienen que ir en sentidos contrarios pero de cara. Si alguien no quiere ser tuyo me parece estúpido quererlo… puedes dedicar tu vida a intentar poner rejas a todo lo que te importa pero eso no hará mas que enjaularte a ti entre todas tus “riquezas sometidas”.

Pero son los del segundo tipo los que creo que llevan a más confusión. Los que yo considero infundados. Los que nos hacen víctimas de nuestra imaginación y empujan a nuestra pareja a recurrir a la mentira piadosa para evitarse broncas innecesarias. Dicen que suelen aparecer por falta de autoestima, aunque a mí esto no me parece acertado del todo… porque si crees que tú te mereces más a tu pareja que otro… será porque te quieres bastante.

De cualquier forma no sé que puede llevarnos a dudar de que la persona que quiere estar con nosotros pueda estarlo a la fuerza. ¿Tan falta de personalidad la creemos? Y lo que es más importante ¿Por qué queremos a nuestro lado alguien a quien creemos capaz de engañarnos en la cama?

Esto último me lleva a la reflexión de que quizá el origen de los celos no sea la falta de autoestima sino la necesidad de castigarnos para evitar la euforia y el vértigo que produce la felicidad. O incluso que en vez de amar a quien decimos amar lo estemos odiando y pretendamos fustigarle para calmar la rabia que sentimos hacia alguien de nuestro pasado que no nos entregó su cariño cuando lo necesitábamos (lo que querría decir que nos amamos mucho porque consideramos que nos merecemos el cariño de todos).

Ni qué decir tiene que mi respuesta quedaría incompleta sino mencionara la constante y terrible confusión que hay entre cuernos y celos que tan fabulosamente aclara Antonio Gala en varias de sus obras y a la que me permito el lujo de buscar una solución para paliar el sufrimiento que conlleva:

Si al llegar a tu casa, un señor o señora que no conoces sale de tu alcoba y dentro yace boquiabierta tu pareja y entregando a las musarañas el valioso objeto de su desnudez no te dejes llevar por los celos. Ponte un sombrero y alquílate otro piso. Aunque no sea cierto que hay más medias naranjas que peces en el río, estar junto a alguien que te da de lado es más doloroso que cualquier soledad.

¿De qué sirven las promesas?

De nada. Prometer no es sino una manera de manipular la confianza de quien exige nuestro juramento y la demostración gráfica de que quien se presta a ella no terminó de superar alguna fase de las que la psicología habla para tener algo de que hablar.

Todos prometemos como todos hacemos alarde de ser sinceros. Y todos traicionamos confianzas como escondemos nuestra necesidad de mentir. Hasta hemos inventado lo de cruzar los dedos a la espalda para poder salir impunes a la vergüenza de fallar a alguien en nuestra promesa y seguir perteneciendo al prestigioso círculo de los “legales” mientras encima sacamos tajada.

Si precisamente se redactan los contratos con tanta minuciosidad para que no haya lagunas con las que poder argumentar que ya no se dan las circunstancias para seguir manteniendo el compromiso… ¿cómo es que a la hora de exigir una promesa no aclaramos las condiciones que podrían dar de baja nuestro pacto? Yo, antes de ofrecerme a dar mi lealtad a alguien le matizo varias cláusulas para evitarle sorpresas.

  1. Garantizo cumplir la promesa siempre y cuando siga pensando sobre todo lo mismo que pienso en el momento del pacto.
  2. Pregunto sobre los perjuicios que pueda ocasionar su incumplimiento para valorar si merece la pena el sacrificio al que voy a someter a mi instinto de incumplidor.
  3. Exijo a la persona que me propone prometer que me avise si hay algún cambio en su vida que me permita abandonar mi juramento.
  4. Apelo a que conozca mi capacidad de errar, irme de la boca por ingerir alcohol o cualquier otra sustancia que discapacite mi autocontrol y a que tenga clara mi enfermiza propensión a tenerme en cuenta por encima de los demás.
  5. Le pido una muestra fehaciente de que él o ella se rige por el código de practicar lo que exige. Es decir, que me demuestre que jamás ha faltado al cumplimiento de ninguna.

Este último punto hace que desistan de su petición. A pesar de que les explico que yo me limito a actuar en base a los principios de los demás ya que los míos los perdí una tarde en el río mientras me daba un baño en sus aguas frías, me salen con que tanta palabrería refleja claramente que no voy a ser un buen cumplidor.

Finalmente, lo que más me sorprende… es que siguen confiando en mí y terminan contándome el secreto que me exigían prometer guardar o encomendándome la tarea que requieran de mí. ¿Entonces? ¿Para que tanta palabrería?

Javier Casino es autor de: Calabozo para dos disponible por 3,99€ sin DRM

Imagen:  kyz

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