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Cuenta la leyenda que Julio Cortázar nunca dejó de crecer. Lo único certero es que Julio —como le llamaban sus amigos, lo que es decir todos— era un escritor inmenso. Como lo atestigua el propio Jorge Luis Borges la vez que Julio le llevó un cuento —el primero que publicaba—, hacia 1947, que después se volvería famoso. “Casa tomada” deslumbró a Borges de la misma manera como dejó sin aliento a otros escritores y al público en general. Sus producciones posteriores sólo confirmarían la grandeza de su literatura.

Y es que Julio era como un gigantesco niño que se divertía en todo momento y al que la chata realidad parecía aburrirle de tal manera que para él, lo más natural era encontrarle un doblez. Así lo demuestran sus geniales cuentos. En “Cartas de mamá” por ejemplo, Julio le dedica una línea a la eterna caricatura de Tom y Jerry, mientras que el hijo muerto desde hacía dos años se hace presente de manera impensable.

O qué decir de ese inconmensurable juego literario que se llama Rayuela, donde el lector además de enamorarse de esos personajes inmortales que se llaman Oliveira y La Maga —eternos rebeldes que dinamitan conciencias—, a partir de cierto punto de la novela, tiene el gusto de construirla a su antojo. Construcción lúdica que se ha vuelto un clásico moderno: quién no ha utilizado el famoso capítulo 7 para leérselo a alguien: “Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar…”. Novela interminable que comienza con una pregunta —“¿Encontraría a La Maga?”— y no termina nunca, porque infinitas son sus lecturas.

Niño innovador que acuña su propio lenguaje. Pues todo aquél que conoce la obra de Julio, sabe reconocer en los cronopios, esperanzas y famas a seres tan entrañables como al más querido de los parientes. Historias de cronopios y famas es el nombre del planeta donde habitan estos personajes tan disímiles entre sí. Los cronopios son los arriesgados, los vanguardistas, los que no se quieren tomar en serio la vida; los esperanzas son los que obedecen todo, los que tienen miedo de cambiar, los sedentarios; mientras que los famas son los que impiden los cambios, los dueños del capital, los que fusilan antes de averiguar…

Pocos son los escritores que han despertado mayor devoción que Julio. Escritores, crítica y público forman una muchedumbre compacta para cantar loas a este grandísimo cronopio. Cuenta Gabriel García Márquez que él fue testigo de esa devoción en un parque de Managua. Allí, frente a decenas de personas apeñuscadas, Julio leía uno de sus cuentos más difíciles: “La noche de Mantequilla Nápoles”. El maestro colombiano nos dice que albañiles, poetas, comandantes de la revolución y sus contrarios caerían en el embrujo de la historia, sin importar que ésta se encuentre escrita en lunfardo, dialecto de los bajos fondos de Buenos Aires. Todos acaban rendidos ante el arte del grandísimo escritor argentino. García Márquez confiesa que: “… su presencia tenía algo de sobrenatural, al mismo tiempo tierna y extraña. En ambos casos fue el ser humano más importante que he tenido la suerte de conocer”.

De la misma manera nos rendimos todos ante la obra de Julio. Y no nos queda más que decir que la leyenda tenía razón: Julio Cortázar sigue creciendo.

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