Escribí «Lenguas vivas» en un arrebato, el que me produjo la aparición súbita y descarada de su protagonista. Estaba inmersa en una novela muy intelectual en la que los hombres y las mujeres no conseguían entenderse, y de repente apareció ella, este ama de casa entrometida convertida en prostituta, y todo cambió. Me abdujo de inmediato, y comenzó a dictarme su historia con un desparpajo que no tuve más remedio que seguir.
A menudo me hacía reír esta mujer iletrada cuya curiosidad insaciable, su ternura y su sentido del humor, me cautivaron.
De modo que ahí está, ahí la tienen. Escribí al dictado, no es asunto mío sino de ella; es suya la responsabilidad plena de todo lo que les cuente, yo solo fui su amanuense.