La idea de emplear a una psicóloga como protagonista -además de serlo yo misma- tenía dos vertientes

En primer lugar, creo que hay un gran potencial dramático en las relaciones entre un psicólogo y sus pacientes. La terapia crea una situación social muy singular. Viene determinada por normas formales e informales muy diferentes a las que suelen regir nuestras relaciones. Cuando vas al psicólogo, se supone que debes revelar tus secretos más inconfesables a un desconocido. Se espera de ti que seas absolutamente sincero con tu terapeuta. Sin embargo, como es natural, todo el mundo miente en terapia (hay investigaciones que lo demuestran, y es una circunstancia que a veces deja desconcertados a los psicólogos, aunque no entiendo por qué.) Resulta que nos cuesta muchísimo abrirnos del todo con los demás. Así pues, saberlo todo de alguien es algo que casi nunca ocurre. Si no puedes ser sincero con tu psicólogo, ¿con quién sí puedes serlo? ¿Con la familia? ¿Con tu pareja? Solemos ocultarles cosas a nuestros seres queridos. Ellos, por su parte, casi seguro que también nos las ocultan a nosotros. Probablemente son cosas pequeñas, pero ¿cómo podemos estar seguros? Creo que hay algo profundamente amenazador en la idea de que aquellas personas que nos son más cercanas puedan estar ocultándonos muchísimas cosas de las que no sabemos nada. ¿Hasta qué punto conocemos de verdad a las personas que más queremos? ¿Y en qué riesgos incurrimos si investigamos lo que nos ocultan o si, por el contrario, preferimos no hacerlo?

El otro aspecto de haber decidido que mi protagonista fuera una psicóloga guarda estrecha relación con las tareas principales del terapeuta. Este ayuda a la gente a que resuelva sus problemas, se comprenda mejor y tenga una idea más clara de los motivos que determinan sus comportamientos. Sin embargo, los psicólogos pueden adolecer de grandes ángulos muertos cuando se trata de sus propias vidas (y son muchos los psicólogos con este problema; créanme, porque conozco a muchos más que la mayoría de gente). Así ocurre en el caso de Sara, la protagonista de La psicóloga. La ironía de su situación -ser la desconocida a quienes los demás acuden para que les resuelva los problemas y en cambio no ser capaz de poner en orden su propia vida- es la fuerza que impulsa el libro. Para Sara se trata de una situación de máxima soledad, pero también de vulnerabilidad, porque, cuando empiezan a desarrollarse los hechos no tarda en ver lo mucho que le cuesta distinguir sus propios miedos de la realidad, distinguir sus recuerdos de la fantasía. Toda su formación como psicóloga puede terminar revelándose inútil cuando se trata de entender qué le está ocurriendo en su propia vida.

Helene Flood, autora de La psicóloga.

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