Los niños y los libros. Cuando mis hijos no juegan a ser Batman ojean libros

Y cuando les vence la incertidumbre me piden que se los lea. Son lectores especiales, lectores que no saben leer. Son devoradores de historias y yo hago mis pinitos en interpretación poniendo voces a Pepe y Mila o al lobito de “Voy a comerte”. Y me esfuerzo en hacerlo bien porque la literatura infantil puede ser la más decisiva para un niño por el momento y el modo en que irrumpe en su vida: lo hace de la mano de los padres, siendo estos la llave que abre la historia, la voz que pronuncia el conjuro. Esa unión entre padres e hijos, esa cita, ese viaje, se da en los primeros cuentos. Y es mágico.

Del mismo modo, es mágico ver cómo la literatura va calando en ellos. Porque ya sabemos que el lenguaje nos hace humanos (sin lenguaje no podríamos razonar) y que gracias a él interpretamos el mundo, pero resulta asombroso comprobar cómo la estructura gramatical (con sus tirabuzones), el vocabulario con el que se le da vida (con su precisión de francotirador) y la semántica que le da razón de ser (con sus dobles sentidos) encuentran su gimnasio en los cuentos, haciendo que los niños cada día utilicen conceptos más abstractos, sean más precisos con las palabras y den a luz sus propios juegos de palabras.

La literatura infantil juega un papel fundamental en el desarrollo social, emocional y cognitivo del niño. Por eso es tan importante decidir qué llevar a sus oídos, porque los libros son el reflejo de la vida y en ellos se dan cita lo cotidiano y lo extraordinario. Ellos les muestran situaciones que caben en su imaginario o les proponen conflictos nuevos, les ayudan a medir riesgos y a predecir consecuencias.

Los cuentos les explican -con dibujos, en viñetas o versos- el frío vacío del duelo, el paso del tiempo, la necesidad de reinterpretar su rol ante la llegada de un hermanito o el papel de la empatía en las relaciones humanas. Ayudan, en definitiva, a formar su pensamiento crítico y su capacidad reflexiva, cuestionando y ordenando el mundo, aprendiendo a defender unos u otros valores desde las letras.

Tal vez, lo más mágico, lo que hace del cuento una puerta y del niño un mago, lo que los convierte en unos lectores tan especiales, sea que ven y juzgan modos de actuar ante determinadas situaciones que no están viviendo directamente (los libros nutren de experiencias a niños sin experiencia), es decir, aprenden de manera experiencial sin experimentarlo directamente. Y eso los convierte en lectores mágicos. Porque viven lo que leen.

Aunque no sepan leer.

Tomás García, librero en Casa del Libro Alicante

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