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Rennes-le-Château, uno de los puntos claves del misterio mundial. Un lugar convertido, desde hace más de cincuenta años, en centro de peregrinación tanto para los buscadores de tesoros como para los amantes de lo oculto, de la historia alternativa o de los secretos de las religiones. Rennes-le-Cháteau, aquel pueblo en el que, según nos dice Óscar Fábrega, está prohibido excavar.

¿Por qué ese título? ¿Por qué está prohibido excavar en ese pueblo?

En la entrada a este pequeño pueblo del Languedoc (Francia) hay un curioso cartel que dice lo siguiente: “Las excavaciones están prohibidas en el territorio de la localidad de Rennes-le-Château. Aprobado el 28-07-1965”. Esto se debe a que desde mediados de los años cincuenta, cuando se hizo pública la historia del supuesto tesoro encontrado por el abad  Bérenger Saunière, cientos de personas se dedicaron a agujerear el pueblo en busca de lo que pudiese quedar de aquel hallazgo que convirtió en millonario al, hasta entonces, humilde cura rural. El ayuntamiento, cansado de problemas y accidentes, y un poco harto de las hordas de buscadores de tesoros sin escrúpulos, decidió prohibir las excavaciones en este pueblo.

Pero, ¿realmente hubo un tesoro?

Bueno, la explicación del tesoro fue la primera que se propuso y sigue siendo la más aceptada. Y es que explica el súbito enriquecimiento que pareció tener el abad Saunière ―recordemos que comenzó a vivir como un aristócrata, comprando terrenos, construyendo edificios que desentonaban por su riqueza con las humildes casas vecinas, etc.―. El problema es que el responsable de que esta explicación sobre la fortuna del cura saliese a la luz fue alguien interesado comercialmente en darle vidilla al pueblo: fue un tal Noël Corbu, un empresario de Perpignan que en los años cuarenta se convirtió en propietario de la antigua finca del abad Saunière y que, necesitado de rentabilizar la inversión en aquella finca, en 1955 decidió crear un hotel-restaurante. Para darle publicidad a su negocio comenzó a contar a sus clientes que aquel cura se había hecho enormemente rico gracias a que había encontrado el tesoro de Blanca de Castilla, una reina francesa del siglo XIII que trasladó el Tesoro Real a Rennes-le-Château durante la famosa Cruzada de los Pastores. Poco después, en enero de 1956, esta historia fue publicada por primera vez en un periódico, La Dépêche du Midi.

Claro, pero en tu libro cuentas que no es la única teoría que se ha propuesto.

Efectivamente, hay otras teorías. Unas más rocambolescas que otras. Unas más plausibles que otras. Pero lo cierto es que todo cambió por culpa de dos obras: “El Oro de Rennes” (1967), de Gérard de Sède, y “El Enigma Sagrado” (1982), escrito por Henry Lincoln, Michael Baigent y Richard Leigh. Ambas obras fueron más allá y plantearonn la posibilidad de que no fuese sólo un tesoro material sino algo más, algo de origen “espiritual”, lo que cambió la vida del abad Saunière: éste habría encontrado unos antiguos pergaminos que relacionaban aquella localidad con una antigua estirpe real francesa, los Merovingios, un pueblo franco que gobernó parte de Francia durante los siglos VI y IX. Aquellos pergaminos demostraban que aquella estirpe no se extinguió con su, supuesto, último representante, Dagoberto II, que fue asesinado, sino que continuó con su hijo, Sigeberto IV, llevado en secreto a Rennes-le-Château, donde dio origen a un linaje que se mantuvo oculto durante los siglos, mezclándose con varias familias nobles francesas, custodiado por una secreta sociedad discreta, el Priorato de Sión, que había tenido como Grandes Maestres, según “El Enigma Sagrado” a gente de la talla de Isaac Newton, Leonardo da Vinci o Víctor Hugo, entre muchos otros. Pero es que los autores de este libro fueron aun más allá: planteaban que en realidad aquellos merovingios se habían mezclado con los descendientes, agárrense, de Jesús de Nazaret y María Magdalena.

¿Cómo puede ser esto?

Esto se debe a que existen numerosas leyendas en la zona que plantean que la Magdalena, tras la muerte del nazareno, se embarcó rumbo a las Galias, llegando al sur de Francia donde se convirtió en asceta y estuvo predicando hasta su muerte. Claro, esto encajaría con la especial devoción que sentía el abad Saunière hacia María Magdalena, a la que estaba dedicada la iglesia de Rennes-le-Château y a la que dedicó su casa palaciega ―la Villa Betania― y la Torre Magdala.

Pero el salto de fe que hay que hacer para aceptar la posibilidad de que la Magdalena y Jesús tuviesen descendencia, sin la más mínima prueba histórica que lo avale, es tremendo.

Pero, ¿qué han planteado otros investigadores escépticos como origen de la fortuna del abad, si es que los ha habido, claro?

Bueno, en este punto hay que tener en cuenta que en vida, la riqueza de Saunière llamó la atención, obviamente, de sus vecinos. Pero también la de las autoridades eclesiásticas. Y es que, como sabemos perfectamente, fue investigado, juzgado y acusado por sus superiores de vender misas. Como sabrán, a los curas se le suelen, o al menos se les solía, encargar misas para pedir cosas o para recordar a algún difunto. En aquella época, en Francia, solo podían celebrar tres al día. Si tenían más encargos de los que podían atender, tenían que cedérselos a otros curas. Pues bien, a Saunière le acusaron de haberse lucrado vendiendo muchas más misas de las permitidas. Él se defendió diciendo que su fortuna procedía de donaciones secretas de particulares que no podía hacer públicas.

A mi entender, es difícil que se hubiese hecho rico de esta manera.

¿Te atreves a proponer alguna explicación a la fortuna del cura este, visto que rechazas tanto la versión del tesoro como la versión de las misas?

A ver. No rechazo ninguna de las dos versiones. A mi entender no sería tan extraño que Bérenger Saunière hubiese encontrado un tesoro que le permitiese disponer de una pequeña fortuna con la que pudo levantar su ostentosa finca señorial. En realidad, no tuvo ni siquiera que ser demasiado grande. Y tampoco tuvo que ser —como ha planteado la optimista imaginación de algunos de los investigadores de este tema— un tesoro con mayúsculas, tipo el Tesoro de los Cátaros, o el Tesoro de los Visigodos, o el Tesoro de los Templarios. Pudo, simplemente, ser UN tesoro de los visigodos, de los templarios, de los cátaros o de alguna familia local con posibles. Un tesoro normalico de los muchos, muchísimos que se han encontrado y que han sido expoliados, vendidos, fundidos y dispersados.

Claro, al no ser un tesoro con renombre, ni algo de tipo espiritual, tipo “la tumba de la Magdalena” o “el cuerpo de Cristo”, como han planteado algunos, su historia sería mucho más mundana, ¿no?

Bueno, sobre esto tengo algo que decir. Mi obra es crítica y escéptica con una versión especifica de la historia: con la versión iniciada por Gérard de Sède y continuada por Lincoln y compañía. Es decir, con la versión que habla sobre el linaje merovingio secreto y el Priorato de Sión, que se ha acabado convirtiendo en la versión estándar de la historia de Rennes-le-Château. Sobre esta idea creo disponer y aportar pruebas de que todo fue una gran mentira hurdida por un tipo interesantísimo durante tres décadas.

Otras versiones “mágicas” de la trama son tremendamente curiosas y sugerentes, aunque la gran mayoría padecen de un grave déficit de pruebas. Pero en el libro no quiero entrar en estos berenjenales. No es el tema que me ocupa desacreditar mitos en nombre de la razón. Mi objetivo es demostrar que la versión más conocida, aceptada y difundida de este misterio es una gigantesca mentira urdida por un maravilloso mentiroso.

¿Cuál sería, entonces, la mentira? ¿Y quién sería el mentiroso?

A ver: la mentira sería todo lo que esté relacionado con los merovingios y con el Priorato de Sión. ¿Por qué? Pues porque los autores que propusieron estas ideas recibieron la información de un personaje que los manipuló a su antojo, un megalómano con delirios de grandeza llamado Pierre Plantard. Este señor entró en escena cuando la historia era solamente conocida a un nivel local y, desde mitad de los años sesenta, comenzó a aportar información supuestamente confidencial a varios autores, que la dieron por buena ―y es que no hay nada más goloso para un investigador que esto… tener como fuente a una sociedad secreta― y la hicieron pública en libros como “El Oro de Rennes” o “El Enigma Sagrado”.

Pero, ¿no cabe la posibilidad de que haya algo de verdad en todo esto?

No. Pierre Plantard es un señor que durante años, desde antes de su aparición en escena en la historia de Rennes-le-Château, se dedicó a manipular la Historia con sus delirios de grandeza. En la obra analizo muy detalladamente su trayectoria vital y sus “hazañas”. Y creo que dejo bastante claro con quien estamos tratando.

Plantard fue un mentiroso, un embaucador y un manipulador. Aun así es el motivo principal que me llevó a plantearme hacer este libro. Es un personaje interesantísimo, lleno de misterio, que tuvo los santos arrojos de autoproclamarse como el último merovingio y el legitimo merecedor del trono de Francia, y creó un mito que se ha convertido en un clásico de nuestros tiempos y que, curiosamente, sigue siendo creído y aceptado por muchos.

Eso es lo que no acabo de entender. Si todo es mentira, ¿Cómo es que muchos no se han dado cuenta?

Bueno, en primer lugar porque las obras críticas son muy muy escasas. En segundo lugar porque lo que vende libros es el misterio. Pero sobre todo se debe a que pocas veces se ha investigado este tema con rigor y aplicando el método histórico. Te asustaría conocer a algunas fuentes, que menciono en mi libro, que han afirmado cosas asombrosas ―algunas de las cuales destrozarían mi tesis— pero teniendo la tremenda osadía de no aportar la más mínima prueba…

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