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La tradición del relato fantástico es una de las más arraigadas en la literatura universal. Desde los cantos griegos hasta las sagas germanas, la historia se ha contado tradicionalmente jalonada de acontecimientos fantásticos que, lejos de traicionar la verosimilitud de la narración daban una dimensión más completa a los personajes y a las situaciones que les tocaba vivir.

Aunque catalogada como novela de fantasía histórica, ‘Las sombras del lobo’ asume esta herencia con la introducción de hechos mágicos que no afectan a su estricto rigor histórico, sino que abre la puerta a un mundo de lo imposible que encaja inquietantemente en la verdad histórica.

La invasión nazi de París en 1940 y el robo de obras de arte que acompañaron a la ocupación no apagan el magnetismo de personajes como el enigmático príncipe Volkonsky y su palacio de las maravillas que transforma sus encantos en pesadilla para los curiosos que se adentran por sus pasadizos sin haber sido invitados.

La herencia de Hoffmann, Carrol, Poe y Wilde 

En un tiempo en el que lo fantástico se ha llevado hasta casi el abuso, Las sombras del lobo revisa el género volviendo a los orígenes, las fuentes del imaginario colectivo no sólo del terror, sino también de la fantasía y el juego de la infancia, despojada del almíbar impostor con el que suelen cubrirse estas referencias.

Espejos que abren caminos; seres mágicos, sensuales y terribles; y personajes y situaciones reales con los que en ocasiones se toma testimonio de los hechos históricos y, en otros, se ofrece la oportunidad de dar una nueva vuelta a la rueda de la Historia.

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