Miguel Agerralde

Un día cualquiera llego a casa y quizá me apetece ver algo en la televisión. Desacostumbrado como estoy, mi rato frente a la pantalla se convierte en un deambular por los distintos canales, cada vez más, algunos que ni siquiera conozco. Me llama la atención la cantidad tremenda de series y películas —no necesariamente nuevas, es cierto— que abarrota la programación, y me sorprende para bien que la mayoría de ellas tiene que ver de algún modo con el género policiaco, el terror o el fantástico, a menudo a una amalgama de los tres. Y no puedo dejar de pensar que los freaks de mente retorcida finalmente hemos triunfado.

Me pregunto cómo hemos emergido en cuestión de unos años desde el submundo a la superficie. Me maravillo del poder de las modas, intento imaginar cuánto podremos durar en la cima, y me aterra pensar cuántos productos de dudosa calidad pretenderán engancharse a nuestra estela. Lo único cierto es que hoy por hoy el cine, la televisión, el cómic o el videojuego se rinden a los pies del género negro en alguna de sus variantes.

Porque ¿qué entendemos por género negro? Desde mi punto de vista son diferentes cartas de una misma baraja. Está claro que el género negro, el policiaco, el famoso film noir, parte de las maravillosas novelas de Raymond Chandler y Dashiell Hammet, del magnífico Marlowe y el no menos sagaz Spade, que tan bien trasladó el Hollywood dorado a la gran pantalla, sin embargo hoy en día podemos hablar de una serie de ramificaciones del policiaco —lo que yo llamo literatura oscura, que partiendo del germen de la novela negra o bien rozan o directamente se internan en el suspense, la ciencia ficción, la fantasía o el terror.

En algún momento y sin darnos cuenta, nuestras pantallas, cualquiera que sea el soporte, se han llenado de policías, asesinos, psicópatas, conspiradores, vampiros y hasta muertos vivientes, muchos de ellos salidos previamente de las páginas de un libro. Nunca la literatura de ficción ha estado tan presente en los diferentes medios, en nuestro día a día, como en las últimas décadas, jamás tanto como ahora.

¿Cómo hemos pasado de Falcon Crest a Dexter en estos últimos veinte años? Me lo planteé y a día de hoy todavía ando perfilando la respuesta.

En primer lugar creo que la sobresaturación de estímulos nos obliga a ser selectivos. Tenemos diez veces más canales de los que teníamos antes, tenemos la posibilidad de encontrar contenidos en Internet, además de comentarlos y de recomendarlos. No sólo podemos elegir lo que nos gusta ver sino, si queremos, incluso podemos verlo todo con un simple click. Las productoras de televisión y por supuesto los anunciantes lo saben y no han perdido el tiempo a la hora de probar estilos y formatos hasta dar con el que más y mejor se adaptase a los gustos del público del siglo XXI, un público culto, curioso, leído y, en consecuencia, pesimista. Las sitcoms nos gustan pero ya no como antes, apenas como entretenimiento ligero. Ya no nos engancha Friends, y vemos The Big Bang Theory o Cómo Conocí a Vuestra Madre mientras hacemos otras cosas. Los que nos sientan frente a la pantalla son la intriga, el suspense y el terror.

Crecimos con seriales interminables, Dallas o Dinastía, junto a pastiches horteras de acción como El Coche Fantástico o El Equipo A. El suspense lo ponía una entrañable ancianita tecleando con gracia en Se ha escrito un crimen y las televisiones se empeñaban en maltratar lo que en América triunfaba como La Zona Oscura por ser de esa cosa llamada terror o ciencia ficción. En los noventa las nuevas cadenas nos empacharon de príncipes de Bel Air o de telenovelas. Esas las repetían, pero no repitieron Twin Peaks o Expediente X.

Y ahora qué vemos. Una década siguiendo los crímenes de CSI o 24 ha abierto las puertas para que los departamentos de policía de medio mundo —los de médicos y enfermeros también— se cuelen en nuestras casas.

Pasea por los canales. Aunque no quieras encontrarás a Bones, Castle o El Mentalista, el cine negro de Prision Break, Mad Men o de Daños y Prejuicios, por no hablar sólo de las excelentes Los Soprano o The Wire, a la altura del mejor policiaco.

Detectives, policías… no es un secreto que los creadores de House reconocen haberse inspirado en la esencia de Sherlock Holmes. Tanto como Elementary o la propia Sherlock, series de culto instantáneo. Podemos añadir Lie to me, Mentes Criminales, Jericho —auspiciada por el gran Clive Barker— y cómo no, Dexter, el psychokiller catódico por excelencia.

La ciencia ficción, de Star Trek a Battlestar Galactica, ha dado como resultado Fringe, o Perdidos. La atención a los jóvenes con Buffy, Embrujadas o Entre Fantasmas ha formado al público que ahora disfruta con Médium, Héroes, True Blood o las Crónicas Vampíricas, el que espera con ansia cada capítulo de The Walking Dead o más aún el de Juego de Tronos.

En España pasa tres cuartos de lo mismo, han quedado atrás Los Hombres de Paco —también policías—, y es el turno de El Internado, Hay alguien ahí, Ángel o Demonio o la reciente El don de Alba.

Algo están viendo en nosotros estos programadores. De modo que sí, el cine, Internet y la televisión se visten cada vez más de negro.

@MiguelAguerrald

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Imagen:  woodleywonderworks

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