LA INSPIRACIÓN PARA MI NOVELA LAS MUJERES DE WINCHESTER

«Las catedrales me han fascinado desde que era una adolescente y hace unos años decidí escribir una novela ambientada en una catedral. Muchas tienen historias interesantes, y pocas más que la de Winchester.

Existe la famosa leyenda de los soldados de la Guerra Civil inglesa que arrojaron huesos de reyes a través de una enorme vidriera. Y la historia sobre el buzo William Walker, quien sin ayuda de nadie apuntaló los cimientos de la catedral. O la tumba de Jane Austen, que ni siquiera menciona que fue una autora célebre. Visité Winchester con esas historias en mente para una novela.

En cambio, lo que me atrajo fue un conjunto de 56 inusuales cojines bordados, así como cientos de reclinatorios hechos por un grupo de mujeres voluntarias en la década de 1930 para los puestos del coro y los asientos del presbiterio. Empecé a pensar en cómo habría sido un grupo así: la política mezquina, las intrigas, los secretos. Conjuré una heroína, Violet Speedwell, una de las «mujeres sobrantes» de la posguerra que probablemente no se casaría, y la dejé en el grupo, para ver qué pasaría.

El resultado es Las mujeres de Winchester, cuyo trasfondo es:

LA CATEDRAL DE WINCHESTER. Para los lectores de novela histórica, un escenario reconocible y potente es indispensable. Winchester es una pequeña ciudad a unos 65 kilómetros al suroeste de Londres. Fue un lugar fundamental para muchos reyes anglosajones y su culto se remonta al siglo VII. La catedral, que tiene la nave más larga de Europa, es de estilo gótico y alberga la tumba de una de las escritoras célebres de la literatura inglesa: Jane Austen.

UN EXCEDENTE DE MUJERES. Después de la Primera Guerra Mundial, muchas mujeres se quedaron sin pareja, en una sociedad donde se suponía que el matrimonio era el principal objetivo femenino. Estas jóvenes, como mi heroína, Violet Speedwell, tenían pocas salidas. La educación superior era algo poco habitual, y estaban destinadas a trabajar de mecanógrafas o institutrices, profesiones mal remuneradas en comparación con los hombres. Si se casaban, se esperaba que renunciaran a sus trabajos de inmediato. Estas mujeres solteras a menudo vivían en el hogar familiar o con sus hermanos casados, tratando de ser útiles en la casa mientras muchas soñaban con convertirse en «solteras alegres», más independientes y con ganas de rebelarse contra la vida que la sociedad les habían impuesto.

LOUISA PESEL Y LAS BORDADORAS. En 1931, el obispo de la catedral de Winchester, impresionado por el trabajo de la bordadora Louisa Pesel, le pidió que diseñara y cosiera los cojines y reclinatorios del coro y el presbiterio. Louisa emprendió el proyecto con entusiasmo, con la ayuda de otras muchas mujeres que, libremente y sin sueldo alguno, aprendieron junto a ella el arte del bordado, estableciendo lazos de amistad que las ayudaron a conseguir su libertad. Cada bordadora grabó sus iniciales y el año en la parte posterior. El proyecto tuvo tanto éxito que otras catedrales, como la de Wells, lo copiaron. De hecho, incluso un estilo de bordado lleva el nombre de Winchester.» 


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