Miguel Agerralde

Foto: Miguel Agueralde

Se suele establecer el momento álgido de la novela negra en los últimos treinta y la década de los cuarenta, cuando los grandísimos Dashiell Hammett y Raimond Chandler convirtieron el género en referente cultural. A través de sus respectivas creaciones, Sam Spade y Phillip Marlowe, popularizaron las historias de detectives mezclando elementos detectivescos y policíacos y situados en decadentes atmósferas de corrupción y pesimismo.

El género negro nace como un retrato duro, cínico y fatal. Retrato también de la injusticia, del ansia de poder, de la mentira, del crimen a sangre fría, nunca mejor dicho, y da cabida al crimen organizado, al antihéroe y a la mujer fatal, estereotipos que entremezclan el bien y el mal con poco respeto o interés por lo moralmente correcto. Policía, periodista o maleante, el protagonista de una novela negra sólo sabe a ciencia cierta que antes o después van a cruzarle la cara.

Pero a la vez que el género negro más puro goza de este indudable esplendor, late bajo la superficie un subgénero, a menudo denostado y no siempre reconocido, que continúa la tradición gótica del terror sobrenatural y cuyos máximos exponentes siguen siendo Lovecraft, H. G. Wells o Stevenson junto los grandes clásicos del género como Stoker o Poe. Podemos decir que a raíz del éxito y la popularidad de la novela policíaca y detectivesca, especialmente gracias al cine, muchos autores aficionados al terror puro o a la ciencia ficción toman la iniciativa de acercar estos géneros a una audiencia más amplia, empezando a escribir sobre tramas y personajes que podríamos denominar “reales”.

Son Richard Matheson, Robert Bloch, Ira Levin o William Peter Blatty los que consiguen llamar la atención del gran público y sobretodo del cine –motor de tendencias, ya entonces­— hacia un género que parecía abocado a permanecer en segunda fila. Así, Soy Leyenda, Psicosis, La Semilla del Diablo o El Exorcista abren las puertas a la hornada de nuevos talentos que se está preparando para ocupar su espacio. En mi opinión es en ese momento, cuando el terror y el fantástico dan ese pasito que los separa de sus extremos y los acerca al género negro, cuando podemos hablar de su entrada en la primera división no sólo de ventas sino de popularidad. El cine y la televisión encuentran en ellos un nuevo género, lo que hemos empezado a llamar género oscuro, que no tarda en conectar con un segmento de público, el joven y adolescente, que hasta entonces parecía menos tomado en cuenta.

Los medios de masas convierten en moda lo que antes era subgénero. La tradición de los cuentos de hadas, cristalizada en fantasías como El Señor de los Anillos o la obra de George R. R. Martin, asoman por fin la cabeza entre la maraña de cine y literatura  dramática o realista imperante porque el público busca nuevos estímulos, busca evadirse, soñar. En el campo del terror y la ciencia ficción los grandes nombres del género saltan al primer plano, desde Phillip K. Dick, Bradbury, Asimov o Arthur C. Clarke, hasta los imprescindibles Ramsey Campbell, Anne Rice, Clive Barker, Dean Koontz o Stephen King.

Literatura negra, policiaco, terror, ciencia ficción, fantasía… La evolución de cada una de ellas termina por confluir en una serie de autores que tomando elementos de unas y otras bosquejan el esqueleto de la literatura de género actual, la literatura oscura, que no encaja en una simple casilla sino que podríamos colocarla un ratito aquí y otro allá, que no desentonaría en ninguna de ellas. Sin formatos, sin etiquetas, llegando a todas partes.

Si los ochenta terminan con la explosión del cine de horror teenager, cayendo en exceso en la repetición con el único fin de buscar la taquilla fácil, los noventa, por el contrario, son los años en los que directores y guionistas parecen decididos a dignificar el terror. Unos y otros se dan cuenta de que lo macabro y lo misterioso vende y de que para subirse a ese tren necesitan de la literatura.

Lo que tiene lugar a final de siglo es el surgimiento de un nuevo género, o más bien una fusión de todos ellos. Los autores encuentran la fórmula para mezclar lo policiaco con lo fantástico y el terror, y entre todos consiguen dar con la piedra filosofal que eleva la ficción oscura al primer puesto del escalafón: aparece el Thriller moderno.

Nolan, Fincher, Alejándro Amenábar y su Tésis, la última del siglo XX es la década de El Silencio de los Corderos, de Misery, de Se7en, de Memento, de El Coleccionista de Huesos, de Twin Peaks, de Reservoir Dogs y Pulp Fiction, de El Club de la Lucha o American Psycho, de Instinto Básico y Sospechosos Habituales, el horror en la vida real, en la mano que mece la cuna, en el hombre que empuña un hacha y nos mira con ojos fríos. Hannibal Lecter como icono del Terror Realista de fin de siglo.

Literatura y cine, el cine más literario que nunca, copiando patrones y fórmulas, trasladando estructuras y temáticas. El cine adaptándose a la novela de terror por primera vez y no al revés.

Miguel Aguerralde es autor de la novela negra “Despiértame para verte morir” de Ediciones Tagus por 3,99€.

Imagen:  VinothChandar: http://ow.ly/kXF1n

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