Gonzalo G. Martínez

Al contrario de lo que se pueda pensar en la mayoría de los casos de quien escribe una novela, yo no me considero un lector experimentado. De hecho comencé a mostrar interés por la lectura con veintitrés o veinticuatro años. Recuerdo perfectamente cuál fue el libro que me abrió los ojos. Se trataba de una novela de esas que te recomienda tu cuñado para una lectura veraniega. Como fue mi caso. “Los asesinatos de Manhattan” era el título de la obra. Su personaje principal, el agente Pendergast, hizo que disfrutara de esas líneas de principio a fin. Previamente hubo otros libros, pero muy espaciados en el tiempo y sin mucho éxito dentro de la mente de un joven veinteañero al que, en ese momento de la vida, le atraían otras cosas antes que la lectura.

Lo que nunca podría haberme imaginado en ese momento era que en un futuro me interesaría tanto la lectura que me propondría escribir una historia como aquellas que leía. Lo confieso, ser escritor no era el sueño de mi vida. Tampoco lo era el ser futbolista profesional, mis limitaciones con el balón en los pies sólo dan para los partidos o “pachangas” entre amigos.

Una parte importante de mí día a día lo empleo en trasladarme de mi ciudad hasta mi lugar de trabajo (al igual que la mayoría de los mortales). Son seis los años que llevo cogiendo temprano el tren de Cercanías en Guadalajara para bajarme en la estación de Vallecas, barrio en el que se encuentra mi lugar de trabajo. En esos largos y numerosos viajes han sido muchos los libros y sus historias que me han acompañado. Fue un día cuando sin previo aviso vino a mi cabeza una idea. Quería contar historias. Quería construir algo que entretuviera y que a la vez despertase emociones. De esa forma, en uno de esos trayectos en un vagón de un tren cualquiera comencé a escribir las primeras líneas de lo que acabaría siendo “El silencio de la marea”.

Ahora, cuando viajo en esos trenes, me gusta pensar que esa persona que está sentada al lado mío, de camino al trabajo o a la universidad, con un libro de papel o electrónico entre las manos, pueda un día perderse entre las páginas de mi novela. Esa sola idea me llena de felicidad.

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