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Quizá uno de los anhelos más profundos de muchos lectores furibundos (y aun de los que no lo son) sea el de ver su nombre en la portada de un libro. Pocos son los objetos culturales en los cuales el consumidor trata de pasarse al otro lado: el de creador.
Quizá los detonadores de todo ello, sean los mitos en torno a los que giran los escritores: que todos ellos se vuelven considerablemente ricos con las regalías de sus obras; que la gente los reconocerá y buscará para conseguir su autógrafo; que los medios querrán su docta opinión para el tema del momento… Todos falsos, claro.
Decía Daniel Sada, escritor mexicano ya fallecido, que no existían obras maestras sin publicar. Es decir, que si un libro valía la pena, encontraría su camino para llegar hasta las manos de su lector. Y la verdad es que en el modelo de edición tradicional, el cual ha subsistido por cientos de años, en donde el editor decide qué obra llegará al papel y cuál no, han ocurrido decenas y decenas de fallos. Los cuales se resolvieron gracias a la persistencia de sus creadores.
Stephen King recorrió decenas de editoriales con su primera novela bajo el brazo: Carrie (la cual, además de decenas de reimpresiones ya tiene dos versiones en el cine). Las cartas de rechazo que los editores le escribían, tapizaban el tablero de corcho que King había colgado en su habitación. Desde lo más cortés hasta lo crudo, las cartas se podían resumir en un: “Sus escritos no le interesan a nadie. No venderían”. Stephen King es actualmente uno de los escritores con más ventas en todo el mundo.
Rudyard Kipling no sólo fue rechazado en varias ocasiones de diversas editoriales, sino que incluso un periódico de San Francisco rechazó uno de sus textos con estas líneas: “Lo siento señor Kipling. Pero es que sólo usted no sabe emplear la lengua inglesa”.
Uno de los libros que ya se consideran indispensables en la literatura moderna, fue rechazado por un indignado editor de esta manera: “Abrumadoramente nauseabunda, incluso para un freudiano confeso. Un cruce inestable entre horrorosa realidad e improbable fantasía, que a veces se convierte en pesadilla neurótica. Recomiendo que se entierre bajo piedra durante miles de años”.  ¿La novela? Lolita . ¿Su autor? Vladimir Nobokov.
Quizá el caso más conocido por el gran público, gracias a lo reciente, los millones de ejemplares vendidos y la serie de películas que inspiró, sea la historia del niño mago. Sí, Harry Potter no habría podido ver la luz de no ser porque después de ser rechazado por las grandes editoras, una pequeña editorial confió en la obra de J.K. Rowling. O más bien deberíamos precisar que fue la pequeña hija de 8 años de uno de los editores. Éste le confió el manuscrito original y la niña le rogó, o más precisamente, le exigió que fuera publicado.
Moraleja: los editores no siempre aciertan.
Pero éste es uno de los grandes cambios que está empujando el nuevo paradigma digital. Ahora cualquier creador que aspire a ser leído por cientos o miles de lectores, puede saltarse el tamiz de un editor. La autopublicación es una poderosa realidad que está, literalmente, al alcance de cualquiera que tenga los deseos de hacerlo.
Y uno de los libros más emblemáticos que usó este nuevo paradigma es la próxima apuesta cinematográfica y best seller en todo el mundo: Cincuenta sombras de Grey. E.L. James comenzó publicando en su blog esta novela hasta que llamó la atención de varias grandes editoriales.
Pero incluso cualquiera puede saltarse el paso de publicar en su blog  y pasar directamente a la conversión de su texto en formato electrónico. Cientos y cientos de obras publicadas de esta manera pueden leerse, muchas de ellas de forma gratuita, en mx.casadellibro.com.

¿Quien se atreve a la autopublicación?

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